Lo cantaba Mungo Jerry, pero la lista de canciones dedicadas al verano es interminable: The summer wind (Frank Sinatra), Summer nights (John Travolta y Olivia Newton John), Summertime blues (Eddie Cochran)... y en castellano también le han cantado a la canícula Fórmula V, Los Diablos, Los Rebeldes y hasta el mismísimo Fary. Pero de todas las canciones me quedo con la crepuscular El final del verano del Dúo Dinámico (tema seguramente hermanado con el The end de The Doors), melancolía pura por las profundas vivencias finiquitadas en la operación retorno. Si me quedo con ella es por hacer memoria del verano a toro pasado, ya que los 40 (sí, 40) días que me quedan de vacaciones hasta final de año me hacen inmune al malrrollismo del septiembre postvacacional, cuando proliferan las caras de asco en el metro. Y no es que me haya pasado el verano sin vacaciones, en plan workaholic, más bien, todo lo contrario, a saber...
Escapada a la semana negra de Gijón. Aún con la música del concierto del Bernabéu en la cabeza, la semana negra de Gijón fue la excusa perfecta para dejarse caer por allí, para disfrutar de hospitalidad, inmejorable compañía y transcendentales conversaciones entre culines de sidra. Ah, y aprovechando la coyuntura literaria, por fin me hice con el volumen de Arkham Asylum, que me llevaba tentando desde hace bastantes años.
Y de semana negra a semana azul, azul del mar y del cielo de Gran Canaria. De la playa a la piscina y de la piscina a la playa, excursiones por la isla, paseos, fotos, mojitos y caipirinhas y una pegadiza cancioncilla que amenizaba la terraza del hotel y que he de conseguir cueste lo que cueste. Detalles como la plaga de guiris (cuya pigmentación iba del rojo cangrejo al socarrat) en el hotel o la clásica avioneta que sobrevuela la playa anunciando discotecas para aquéllos, complementaban esa imagen de vacaciones playeras de las de toda la vida, que apetecían bastante, vaya.
Agosto en Madrid le da a uno la oportunidad de disfrutar de la ciudad sin agobios, de exposiciones como la de Alphonse Mucha en el CaixaForum (achtung! en la puerta había una performance de videoarte, lagarto lagarto) o la de Goya en tiempos de guerra en el Prado, y alguna más que aún está pendiente. Ni colas ni gente pegándose por ver un cuadro en concreto, gloria bendita.
Asistir a dos bodas, en julio y agosto y, habida cuenta de las localizaciones, no haberme derretido por el calor hasta fundirme con el pavimento ya es un logro. Ver a los protagonistas del día contentos y reencontrarse con gente que tenías ganas de ver bien merece incluso la no tan remota posibilidad de la licuación espontánea.
Y también reuniones familiares, con amigos, cumpleaños -uno con especial protagonismo de Russ Meyer (buscad en imdb.com)-, escapadas a la sierra y madrugadas tragándome hasta el bádminton olímpico por no tener ordenador con el que perder el tiempo. Sus días acabaron con el verano, pero en ese sentido septiembre también ha empezado bien, con otro nuevecito (gracias chicos) que ya lo quisiese la NASA. Y según se apagan los ecos de la canción del dúo De la Calva / Arcusa, se va desperezando un otoño que no es sino una cuenta atrás para más momentos que están haciendo de este 2008 uno de los años en los que más ilusiones se han ido cumpliendo.
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