A menos que uno sea el agraciado del sorteo de un jugoso euromillón o se zumbe o haya zumbado a algún famoso y/o parásito del mismo, al resto de los mortales no nos quedan más cojones que trabajar para ganarnos la vida. Y si a estas alturas alguien no enmarca su trabajo en el sector servicios, tranquilo que ya lo hará (términos como reajuste o deslocalización contribuyen en este sentido a inflar y desinflar las cifras de empleados y desempleados del ramo).
De entre la heterogénea masa que conforma este sector, nos encontramos con un afán diferenciador de cada grupúsculo totalmente independiente a aspectos como la formación y preparación para el puesto que cada uno ocupa. Así nos encontramos a quienes trabajan uniformados o a quienes para hablar de su trabajo utilizan vocablos anglosajones cuyo significado en muchos casos desconocen y que, aún teniendo una equivalencia en castellano, es descartada en pos de un supuesto mayor reconocimiento.
La empresa para la que trabajo es un claro ejemplo de este caso, ya que con una media de dos jefes por empleado, el uso de la palabra "manager" se combina indefinidamente con términos como account, call, service, sales y un larguísimo etcétera. Que haya superiores que no sepan exactamente definir en qué consiste su trabajo por ende resulta lógico.
Si hay algo que comparte esta élite y que les diferencia de la vil masa que saca la empresa adelante, los curritos, es la omnipresencia de la cinta que llevan colgada del cuello con una chapita o tarjeta identificativa, cuya función va desde fichar en la empresa hasta servir como símbolo de índole masónica que les permite identificarse entre sí. Con el tiempo, he podido observar que el fenómeno de los colgantes o chapas, para disgusto de la raza de los managers, se ha socializado, y ahora no son pocos los que la lucen con orgullo, quizá soñando que es lo que más les acercará jamás al poder. Sin embargo, en esta vuelta de tuerca de la lucha de clases, una buena parte de los que vienen presumiendo de mandar, no se han rendido, y lucen la chapita durante las 24 horas del día.
Si hay algo que comparte esta élite y que les diferencia de la vil masa que saca la empresa adelante, los curritos, es la omnipresencia de la cinta que llevan colgada del cuello con una chapita o tarjeta identificativa, cuya función va desde fichar en la empresa hasta servir como símbolo de índole masónica que les permite identificarse entre sí. Con el tiempo, he podido observar que el fenómeno de los colgantes o chapas, para disgusto de la raza de los managers, se ha socializado, y ahora no son pocos los que la lucen con orgullo, quizá soñando que es lo que más les acercará jamás al poder. Sin embargo, en esta vuelta de tuerca de la lucha de clases, una buena parte de los que vienen presumiendo de mandar, no se han rendido, y lucen la chapita durante las 24 horas del día.
Esta perorata es mi explicación del motivo por el que diariamente veo a decenas de personas que salen de trabajar con la chapita colgando del cuello, o en el metro, o en el autobús, seguro que hasta dormirán con ella. ¿Motivo de orgullo? ¿Despiste? ¿Promesa? ¿Compromiso? ¿Estulticia? No sabría decirlo.
En mi dilatada y variopinta andadura profesional sólo me asignaron la chapita de marras en una ocasión, para fichar y acceder al currele en sí, pero por comodidad sustituí la cintita de la que colgaba por el paquete de tabaco, objeto en el que encajaba perfectamente. Ni me sentía comprometido con la empresa ni quería hacerla publicidad, así que consciente como soy del inquebrantable magnetismo que siento por las musarañas me cuidaba por salir indemne de cualquier despiste; lo que otros pueden considerar orgullo, para mí, en caso de haber ocurrido -salir del trabajo con la chapa a cuestas y pasearla hasta mi humilde lar- me hubiese llenado de vergüenza pensando que sería pasto de la mofa y escarnio de quienes percibiesen el detalle. Criticar algo que uno mismo profesa puede quedar muy frívolo (y eso que criticar aún con criterio no deja de resultar frívolo), aunque no tiene demasiada lógica.
No se a qué se deberá cada caso concreto en el que se luce outdoors la tarjetita de marras, y pese a la incomprensión que siento hacia ese (mal) entendido proselitismo, no quiero llamar al desánimo.
¡Que estas críticas no os detengan sin embargo, chaperos del mundo, publicitad vuestra nueva, proclamad a los cuatro vientos vuestro compromiso con la empresa, seguid luciendo colgantito, sea por dejadez o por inconsciencia, y que el ridículo sea la bandera de todas vuestras carencias!
No se a qué se deberá cada caso concreto en el que se luce outdoors la tarjetita de marras, y pese a la incomprensión que siento hacia ese (mal) entendido proselitismo, no quiero llamar al desánimo.
¡Que estas críticas no os detengan sin embargo, chaperos del mundo, publicitad vuestra nueva, proclamad a los cuatro vientos vuestro compromiso con la empresa, seguid luciendo colgantito, sea por dejadez o por inconsciencia, y que el ridículo sea la bandera de todas vuestras carencias!

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