10 junio 2008

Gente a la que desprecio (I)

Esperando no tener que escribir cientos de posts como este, comienzo una nueva serie de entradas protagonizadas por personas con las que NO me iría a una isla desierta, básicamente porque lo mismo terminábamos a hostias, siendo un servidor el que iniciase la trifulca.

Los protagonistas de este primer artículo son ese tipo de personas que en el metro -sustitúyase por cualquier modo alternativo de transporte público- obsequian al resto de viajeros con la música que llevan en el móvil. No me refiero a los que impúdicamente dejan sonar los típicos politonos que más de una vez provocan una mezcla de vergüenza ajena e ira incontenible, sino a aquellos que -quizá por alergia, por prescripción médica o por subdesarrollo y desconocimiento de los avances de la tecnología-, en lugar de utilizar auriculares para escuchar la música que tienen bajada en sus teléfonos, dejan este en su regazo con la música a todo meter, sin importarles las molestias que causan en el resto del pasaje. Este colectivo tocacojones, suele dividirse en tres tipos, según el género sonoro: música latina -latin kings o personajes de gustos estilísticos afines-, flamenquito -gitanos, calorros, lolailos y en definitiva horteras recubiertos de cadenas, pendientes, pulseras y abalorios de oro (cuanto más grandes y llamativos mejor)- y música macarra en general -imprescindible en este caso llevar camisetas de los grupos que suenan, desde Mago de Hez (que no de Hoz) hasta Craddle of Filth.

Siempre suelen darse salvedades exóticas, como el caso que he presenciado viniendo a casa, con un chino de edad avanzada cantando las bonitas y melancólicas baladas que en el idioma de Mao Tse Tung sonaban en su móvil. Pero de las personas a las que les falta un tornillo -el metro de Madrid es su templo-, ya hablaré otro día.

El tremendo hastío que me producen las reiteradas faltas de educación y decoro que se suceden diariamente, tanto en este entorno como en otros, me ha hecho tomar medidas. De entre las bonitas canciones que yo también me bajo, no obstante para un disfrute privado, cuento desde hace unos días con el archiconocido pasodoble "El gato montés", zarzuela compuesta por Manuel Penella y que, activando los altavoces de mi teléfono móvil, suena como debe hacerlo la banda sonora que ameniza las torturas del Maligno en el infierno. Así que la próxima vez que alguien, en un infinito ejercicio de solidaridad, pretenda amenizar el viaje con el género que prefiera, verá correspondido su generoso gesto, bien de cerca -si es posible a escasos centímetros de sus sibaritas tímpanos-, con los atronadores acordes de este pasodoble, a ver qué le parece. Seguro que el resto de viajeros corea los "oles". Ni bass, ni trebble ni leches, denle mecha a los altavoces y juzguen...

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